1-2 El pueblo de Israel continuó su oración:
«¡Dios nuestro,
cómo quisiéramos
que abrieras el cielo y bajaras,
haciendo temblar las montañas
con tu presencia!
Así tus enemigos te reconocerían
como el único Dios.
»¡Cómo quisiéramos
que bajaras como el fuego
que hace hervir el agua
y quema la paja!
Así las naciones temblarían ante ti.
3 »Tus terribles hechos
nos dejaron sorprendidos;
por eso hasta las montañas
temblaron ante ti.
4 »Jamás se ha escuchado
ni se ha visto que otro dios
haya hecho grandes milagros
a favor de los que en él confían.
5 A ti te agradan
los que hacen el bien con alegría
y se acuerdan de obedecerte.
»Tú estás enojado
porque desde hace tiempo
hemos pecado y te hemos ofendido.
6 Aun nuestras mejores obras
son como un trapo sucio;
hemos caído como hojas secas,
y nuestros pecados
nos arrastran como el viento.
7 No hay nadie que te adore
ni haga nada para apoyarse en ti.
Somos unos malvados;
por eso te has escondido
y nos has abandonado.
8 »Dios, tú eres nuestro padre;
nosotros somos el barro
y tú eres el alfarero:
¡tú eres nuestro creador!
9 »Dios, no te enojes demasiado
ni te acuerdes todo el tiempo
de nuestros pecados:
¡mira que somos tu pueblo!
10 Las ciudades de tu pueblo elegido
son ahora un desierto;
Jerusalén está en ruinas,
completamente destruida.
11 »Nuestro grandioso santuario,
donde nuestros padres te alababan,
ha sido destruido por el fuego.
¡Todo lo que tanto queríamos
ha quedado en ruinas!
12 »Y ahora, Dios nuestro,
no te quedes sin hacer nada;
no te quedes callado
ni nos humilles más».
1 ¡Cómo quisiera que rasgaras los cielos y bajaras! ¡Que los montes se derritieran ante ti
2 como ante un fuego abrasador que todo lo funde, como un fuego que hace hervir el agua! ¡Así tu nombre sería reconocido por tus enemigos, y las naciones temblarían en tu presencia!
3 Cuando tú descendiste e hiciste maravillas que nunca imaginamos, los montes temblaron ante ti.
4 Nunca antes hubo oídos que lo oyeran ni ojos que lo vieran, ni nadie supo de un Dios que, como tú, actuara en favor de aquellos que en él confían.
5 Tú has salido al encuentro de los que practican la justicia con alegría, y de los que se acuerdan de ti y siguen tus enseñanzas. Pero te enojas si pecamos y no dejamos de pecar. ¿Acaso podremos alcanzar la salvación?
6 Todos nosotros estamos llenos de impureza; todos nuestros actos de justicia son como un trapo lleno de inmundicia. Todos nosotros somos como hojas caídas; ¡nuestras maldades nos arrastran como el viento!
7 Ya no hay nadie que invoque tu nombre, ni que se despierte y busque tu apoyo. Por eso nos diste la espalda, y nos dejaste caer en poder de nuestras maldades.
8 Pero tú, Señor, eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú eres quien nos da forma; todos nosotros somos obra de tus manos.
9 No te enojes demasiado, Señor, ni tengas presente nuestra iniquidad todo el tiempo. Toma en cuenta que todos nosotros somos tu pueblo.
10 Tus santas ciudades están desiertas. Sión es un desierto, y Jerusalén es un páramo.
11 La casa de nuestro santuario, que era nuestro orgullo, y que fue donde te alababan nuestros padres, ha sido consumida por el fuego. ¡Todo lo que nos era más valioso ha sido destruido!
12 Y viendo todo esto, Señor, ¿te quedarás sin hacer nada? ¿Guardarás silencio, y nos humillarás al extremo?